Editorial, Enero 2024

Hoy que las bombas rompen sin cesar la vida en Gaza. Hoy que la guerra se relame por milésima vez sobre los territorios más ricos y los hombres más empobrecidos. No se nos debería ocurrir otra cosa más que dejar estas ciudades (o estas rutinas) que alimentan la muerte con su civilizada hipocresía, sus negocios y luces, su velocidad, su cuerpo plástico, su alma seca. (¡Qué hace la humanidad que no corre a abrazar el bosque y besar el río! ¡Qué hace la humanidad ahí tirada en el asfalto, sin más alegría que sonreírle a su pantalla y a su espejo!)

Hoy que estamos todas presas. Presas las geografías y las lenguas, las culturas, las trenzas, las existencias. Hoy que están presas también las aguas y las selvas, las montañas. Hoy que están presas las mujeres kurdas que resisten en las cárceles cuando no asesinadas en la lucha por la libertad de todas las mujeres. No se me ocurre otra cosa más que envolvernos en el llamado a la solidaridad de sus compañeras, en el llamado a tejer una voz común de lucha para derrumbar las mazmorras. (¡Qué no vemos el muro que nos cierra y que crece como un gusano gigante! Bastaría abrir los ojos para encontrar nuestros cuerpos atados, nuestras mentes cerradas, nuestros sueños cortados)

Hoy se hace pasmosamente específica la mecánica inhumana de los estados y el gran capital frente a su inminente final. Qué duda cabe, la gente les estorba. Odian la sabiduría de los viejos y viejas que recuerdan como era vivir comprando poco o nada; Odian a las niñas y niños que aún prefieren un abrazo, un grupo de amigos, un beso inocente. Qué duda cabe odian a los pueblos que prefieren su laguna, su río, sus animales, sus plantitas. Hoy que más que nunca militarizan, controlan y persiguen; hoy que inyectan de miedo y terror las voluntades no se me ocurre nada más que negarnos a seguir el ejemplo de quienes vendieron su familia y sus conciencias a los cheques y a las balas, Otra cosa no podemos aceptar sino el camino de la paz. La única esperanza está en lo que es común, colectivo, a pequeña escala y sin vanidad. La escala estatal del bienestar es falsa.

No es un decir que los estados y el capitalismo amenazan la vida. Los territorios indígenas no habían estado antes tan militarizados como ahora en México o en Chile. Se caen las caretas democráticas en Perú, Argentina, Ecuador. El despojo territorial, el desplazamiento y la destrucción de la madre tierra perpetrado por el estado venezolano es un paradigma del capitalismo disfrazado. Es el sistema mundo que mata e invisibiliza, corta el río de la vida y cambia en el mar peces por botellas de plástico.

Pero tampoco son solo teoría los mundos que se construyen en silencio, lejos del ruido y la vergüenza de los intereses propios. No son solo palabras, son experiencia concreta los pueblos que defienden sus territorios y obedecen a la voz colectiva de sus asambleas.

Otros mundos si existen y ninguno quiere realmente la guerra o el conflicto, aunque empuñen armas contra tanques y lancen piedras mientras les disparan. De ellos no aprendemos a matar, ni robar, ni despojar. Aprendemos cómo seguir vivos, cómo sobrevivir a la violencia y construir alternativa.

Este es el camino y hay que caminarlo.