No hay lugar seguro en Palestina. Sea hospital, escuela, refugio. Vayan al sur les dicen, y bombardean los caminos. A donde vayan, los matarán. Son el falso positivo del momento, la excusa para resucitar el sistema económico mundial que está acabando con el futuro de todos lxs niñxs, los que mueren bajo los escombros, tanto como los que habitarán un planeta devastado por el consumo y el extractivismo.
No hay lugar seguro para los pueblos sometidos a los estados. Su ley, la ley de los organismos interestatales creados para garantizar la libertad y la justicia, no les sirve a los pueblos.
Hace décadas vemos caer esos edificios, hace décadas vemos los ojos de horror en los niños, los cuerpos heridos; hace décadas viven encerradas, humilladas en los caminos controlados por sus asesinos, disparadas por la espalda sólo por protestar, por exigir su derecho a vivir dignamente sobre sus territorios.
Aquellos que los condenaron al sufrimiento y la muerte mientras llenaban con palabras vacías sus conferencias por la paz, demuestran hoy, otra vez, la mentira de sus instituciones.
¿Acaso es democracia que 15 miembros del consejo de seguridad de las naciones unidas voten por el alto al fuego y que baste el NO de Estados Unidos para negar la paz y condenar al infierno de las bombas a miles de seres humanos? Esa es la democracia, ese es el primer mundo, esas son las llamadas grandes potencias, los países desarrollados, la civilización.
Esa reunión de estados, que se hacen llamar naciones unidas (deberían llamarse estados unidos, ¡qué coincidencia!) no han guardado silencio frente a la aceleración del genocidio en Palestina. No se han mantenido al margen, ni son tibias sus opiniones. Esos estados protegen a los asesinos, impulsan el genocidio, lo necesitan, lo financian. Como guardianes de la seguridad que son (ejércitos financiados con el dinero de los ciudadanos), como agentes del poder económico que son, viven de la guerra, hacen uso de la guerra.
El consejo permanente de seguridad lo conforman 5 países. Inglaterra, que fue quien negoció la creación del estado de Israel hace 70 años; Estados Unidos, carnicero mayor del siglo XX que se va recuperando de su crisis económica en base a la venta de armas; Francia, otra mercader de proyectiles que incluso hoy intenta controlar la vida de sus excolonias africanas; Rusia, otra fábrica de guerras y ocupación y China, ese gigante estado de hipervigilancia, esclavitud laboral y contaminación. (Qué difícil es resumir la maquinaria de absurda destrucción que gobierna sobre ocho mil millones de humanos.)
Está claro, además, que en medio de la crisis ambiental, esos poderes económicos y sus estados están luchando por controlar la energía, las materias primas, y las rutas de comercio. Después de Ucrania, sin el gas ruso y con su economía especulativa agonizando por falta de materialidad, Europa ha quedado a merced de su dueño, los Estados Unidos. No tienen materias primas suficientes, ni energía suficiente, ni producción que alcance para sus niveles de consumo. Es seguro que ya no tendrán vergüenza de justificar la guerra que han iniciado y hay que aclararlo de nuevo. Cuando decimos estados europeos hablamos del sistema que permite controlar a la población, con policía y propaganda, para que las grandes empresas les sigan vendiendo montones de plástico, metal, químicos, ilusiones y desesperación.
Las armas son un negocio, las medicinas son un negocio, la muerte es un negocio. La guerra es siempre un negocio. Israel, Estados Unidos y la Union Europea no están sedientos de sangre, están sedientos de dinero, y del poder que da el dinero. Que mueran unos miles les es realmente irrelevante. A Rusia y a China no les importan ni los rusos ni los chinos. Cuando el negocio lo exigió, Netanyahu pidió apoyar a Hamas y Estados Unidos alimentó a los talibanes.
Cantidad y Velocidad
Es muy difícil escapar a las lógicas del sistema. No sólo porque nos atraviesan en cada dimensión de la vida diaria sino porque nos prestan las palabras y los gestos con que nos comunicamos.
Es tan real el genocidio en Gaza, tan gráfica la destrucción minuto a minuto que nos abruma. 500 muertos por bomba, 10 000 muertos por mes, un niño muerto cada 15 minutos, cada 10 minutos, cada 5 minutos. Es tan inmediato el dolor como persistentes la mentira y la manipulación.
Pero este sistema mata a diario. Mata a los cuerpos que reciben el proyectil pero también mata a los cuerpos que sufren el mineral que se extrae de sus tierras, la deforestación de sus bosques, la desertificación de sus campos, la destrucción de sus hábitats, la contaminación de sus aguas. Y aunque suene banal en medio del espectáculo de la sangre, este sistema también mata la esperanza y la compasión, mata la dignidad, la conciencia y la alegría. Bajo este cielo de satélites y aviones llueve muerte sobre la semilla.
Aunque nos abrume la cantidad y la velocidad de esta matanza, y sigamos marchando exigiendo se detengan ya mismo el genocidio en Gaza, no debemos olvidar que este sistema funciona a diario de esa manera. A diario.
En este mismo noviembre, 2 000 000 de afganos están siendo forzados a salir de Pakistán y regresar a su país, un Afganistán destruido por 40 años de conflictos armados alimentados por Rusia y Estados Unidos. De la misma forma, bajo los mismos intereses económicos y después de 30 años de conflictos armados, los últimos 100 000 armenios ven desaparecer Nagorno-Karabaj, su último pedazo de territorio. Ambas realidades paralelas a Palestina, en la misma región, víctimas del mismo sistema.
Habría que recordar también que son más de 17 millones de personas que viven en campos de refugiados en el mundo. Millones que fueron desalojados de sus tierras como los Palestinos, por guerras inventadas como la de Palestina. Su método es la destrucción, hacer inhabitables los territorios para empujarlos más allá, hacia un desierto, hacia una estepa insufrible como quieren hacer con los Palestinos en el desierto del Sinai.
En esos campos de refugiados, cárceles al aire libre como Palestina, nacen sus hijos y nietos entre carpas y letrinas suministradas por una transnacional, un negocio millonario al igual que las raciones de comida, la ropa, las medicinas, el agua en botella, los guardias, las armas, las alambradas. Todo un gran sistema comercial de la miseria, imposible de imaginar sin los 670 000 rohingyas que viven desde 1992 en el campo de refugiados de Katupalong Balukhali, Bangladesh. Una economía global sostenida por los 200 000 somalíes que sobreviven desde 1991 en el campo de refugiados de Dadaab en Kenia. La lista es larga. Ninguno de estos refugiados vive bajo la ley de ningún país, viven encerrados, deshumanizados.
Israel pues no enloqueció ni actúa en respuesta a los ataques del 7 de Octubre. Israel nació para ejercer control en la región de medio oriente y la aceleración del Genocidio cumple esos objetivos. Todo sale según un plan que desde los medios de comunicación y las redes sociales será imposible conocer.
Tal vez ese plan contemplaba también la muerte y el secuestro de judíos, la respuesta de Hezbola desde el Líbano, los ataques a bases estadounidenses desde Iraq y Yemen, tal vez cumplirán sus amenazas de destruir Irán, y estemos frente a una guerra que, mientras destruye, nos paralizará frente a nuestros propios carceleros. ¿Cuáles carceleros? Los estados y sus fuerzas represivas que nos impiden cruzar las fronteras, que nos disparan también por la espalda, que nos despojan también de nuestros territorios y se los entregan a las empresas, que nos contaminan el agua y el aire, que nos matan por las noches, que nos empujan a vivir amontonados en las ciudades.
Lo que es seguro es que en sus planes está apropiarse de los bosques, los ríos, el mineral, los peces, los animales, la Tierra toda; en sus planes están nuestras mentes, nuestra voluntad, nuestra obediencia. ¿Qué le estarán diciendo los maestros a los niñxs en las escuelas? ¿Qué estarán viendo y escuchando lxs jóvenes en sus celulares? ¿Qué estarán sonando las radios? ¿Qué estaremos pensando los adultos frente a esta realidad?
No hay lugar seguro dentro de este sistema. La esperanza es la organización, el camino es el autogobierno. Las personas que ocupan las calles y las plazas durante las manifestaciones son quienes protegen a los niños de la muerte en Gaza, las mujeres y hombres que se paran frente a las embajadas son los guardianes del sueño de la población gazatí.
Llamamos a los pueblos, comunidades y barrios a mirar la guerra y procesar el dolor desde nuestros territorios, con la conciencia de que la aceleración del genocidio en Gaza es una advertencia. Pensemos en el agua, los alimentos y la energía en nuestros territorios. Reflexionemos sobre nuestra propia libertad de tránsito durante la pandemia, nuestra educación, nuestra salud, nuestros modos de recreación, nuestro arte, nuestras fiestas, nuestros espacios públicos, la naturaleza que nos rodea. Detengámonos a pensar si estamos organizados para resistir a los grupos armados, a las sequías, a la desinformación y a la desidia.
Nuestra propia y real soberanía, el autogobierno de nuestras comunidades y el cuidado de nuestros territorios son los actos concretos para que quienes sufren hoy la peor violencia del poder económico paren de sufrir.
¡Alto al Genocidio! ¡Que viva Palestina libre!