Editorial

Hoy que la guerra y la degradación se magnifican para hacer crecer unas ya obscenas fortunas, nos abrazamos a la vida que germina en las periferias del capitalismo. No estamos todxs rendidxs, ni dormidxs, ni vendidxs a pesar de las bombas que revientan las madrugadas de lxs niñxs.

Más allá de miserias partidistas, de parafernalias electorales, aprovechamientos dirigenciales y desabridas reivindicaciones de ONG, existe una verdadera resistencia popular contra la muerte que quieren imponer a los pueblos las grandes empresas, los bancos y los estados. Existen, claro que sí, mujeres y hombres con una gran dignidad, una gran humanidad que les achica el miedo y el egoísmo. Esa humanidad que esperaban ver marchar por las grandes alamedas, está, en realidad, repartida sobre los territorios en los extramuros.

Sin tomar en cuenta la falsedad de los discursos que lanzan esos líderes de foto y red social en favor del medio ambiente y los derechos humanos, debemos resaltar la palabra y la acción verdaderamente condolidas y comprometidas con los caídos de este planeta asaltado por la ambición y la crueldad. (Es un certificado de virtud no aparecer solemnes bajo sus reflectores y lentejuelas.)

Éstas que luchan, éstos que resisten (animales gregarios por definición) con toda su energía, con todo su ajayu (espíritu, impulso vital) están transitando en la actualidad entre dos momentos: por un lado, el momento de exigir la atención de los estados, que no los abandonen, que los atiendan, que les alcancen justicia y les brinden las mismas oportunidades de desarrollo principalmente a través de la educación y el trabajo; y, por otro lado, el momento posterior de exigir finalmente que el estado los deje en paz, que saque su ejército y sistema tributario, que retire sus controles y su adoctrinamiento.

Unos y otros están en la mira de los asesinos, sus nombres están en las listas de desaparecidos, en el destinatario de sus denuncias y órdenes de cárcel. A veces, cuando tienen la mala fortuna de vivir sobre el mineral o el petróleo, si da la casualidad que la tierra que habitaron por milenios es lucrativa para los desquiciados, cuando se descubren ya contaminados por la modernidad y el progreso, difícilmente les queda otra cosa que no sea exigir la reparación a quien los condenó al sufrimiento. Enfermarnos la mente y la sangre es, junto a las balas del estado, la herramienta principal de los destructores del futuro.

El planteamiento hacia lo común y la no propiedad del EZLN, nos empuja a la definición. Desaparecida la esperanza en el estado (ya esperar algo de la empresa es desesperación, ceguera crónica) los pueblos se enfrentan a la inmensidad de la libertad, el futuro excesivo que acarrea la responsabilidad sobre la propia vida. Si nos dejaran en paz ¿cuánto podríamos? Pero no se trata de cantidad, sino de espacio y tiempo para ser.

Para realizar esa no propiedad, para ir hacia ese horizonte que proponen de un común compartido se hace imprescindible habitar el territorio, poseer el espacio que habitamos, pertenecer si se quiere.

En las comunidades andino-amazónicas, por ejemplo, existe un común cada vez más amenazado por la ilusión de la propiedad privada pero materialmente vivo aún. Se les otorga a los comuneros un espacio donde vivir bajo la exigencia de cuidar el espacio común que se trabaja, cuida y mantiene colectivamente. Para ellxs, la no propiedad y lo común parece un mirar atrás, un llamado a no ceder.

En toda el Abya Yala, las comunidades indígenas tienen el futuro a sus espaldas y el pasado está frente a ellxs deshaciéndose como las hojas en tierra.

Territorio y organización, la no propiedad y lo común. Después de todo el territorio para los pueblos indígenas, implica una interrelación imprescindible con todo lo vivo. Una consciencia de pertenecer al ritmo con que palpita la tierra que nos acoge. He ahí la honda zanja con la ciudad y su espejismo. ¿Se puede ser con la tierra trabajando en una oficina de 8 a 5? ¿Se puede pensar en la sétima generación mientras se ve forzada una a vender cualquier plástico, otro a fumigar un veneno sobre los campos? ¿Qué futuro se le destina a una niña adoctrinada por 11 años de colegio, 5 años de universidad? Ni que hablar, por supuesto, de los vampiros decadentes que habitan los rascacielos.

Por décadas nuestros pueblos han sido empujados a anhelar la modernidad: carro, ropa, diversión, lujos. Hemos querido pensar que en la modernidad estaría la igualdad, la justicia, la plenitud, la felicidad finalmente, eso que llaman éxito. Hoy no sólo se nos sigue negando el acceso a ese primer mundo, hoy esa modernidad colapsa a la misma velocidad que se queman las selvas, se vacían los lagos, se secan los ríos, se hunden los cerros.

Por eso el planteamiento zapatista es severamente alterador. Así como la guerra en Gaza, que ha empujado al mundo liberal (Europa, Estados Unidos) a exhibir la hipocresía de su ciudadanía y la podredumbre de su libertad, mostrando que viven de la guerra y la masacre. Su educación es un instrumento de colonización y su bienestar consumista descansa en la destrucción del planeta.

Hoy la situación climática y la exacerbación del genocidio ampliado sobre el Kurdistan, Chiapas, el norte del Cauca, los pueblos nómades de toda el Abya Yala, etc., etc. para sostener el extractivismo y apaliar el colapso civilizatorio, nos imponen dentro y fuera de los territorios preguntas durísimas y nos exigen respuestas sin regreso. Resoluciones que den materialidad a nuestros sentimientos y pensamientos frente a la destrucción.

Son muchos y variados los caminos por el que los pueblos ya andan caminando esa realidad.

Los científicos que gritan en los pocos medios libres las evidencias de un colapso ambiental suelen exasperarse ante la pregunta de cuándo llegará el fin del petróleo, cuándo se secarán los ríos, cuándo será irrespirable el verano, cuándo caerá la última abeja. Su respuesta suele ser la misma siempre: Eso que importa, tendríamos que haber cambiado la sociedad hace décadas. Hace siglos que tendríamos que habernos dedicado a sembrar y a plantar, a cantar y a reír y pasar únicamente como la madre tierra.

Y sin embargo, la belleza y la maravilla de la vida están aquí, diciéndonos con autosuficiencia ahorita es, no luego. Suéltate del mundo, suéltate del miedo, abrázate a la humildad y lo sencillo, júntate y escucha, júntate, júntate. Lo común y la no propiedad no se compran ni tienen seguro de vida, ni siquiera es gratis porque cuesta construir y persistir, y recomenzar y recomenzar. Se forja, a mano y sin permiso, como dicen. Con la paciencia del tiempo, que no cesa.