En el gigantesco y cruel teatro del orden mundial Israel finge buscar justicia y mata de hambre y de balas a decenas de miles de palestinos. En su guión sanguinario violan mujeres, desaparecen hospitales, acribillan periodistas y destruyen la ayuda humanitaria. Para darle pie a sus coprotagonistas, atacan con sofisticados drones en Irak y el Líbano, bombardean la embajada de Irán en Siria. Entonces le toca a Irán, otro estado represor y asesino, jurar venganza, prometer más muerte. ¿Dónde será?

El mayor carnicero de la humanidad, Estados Unidos, lanza enormes paquetes de harina más para humillar que para alimentar. Dice que ya es demasiado cruel el espectáculo de matar a una multitud aplastada contra el muro de Egipto. Mientras vende más armas que nunca, mientras manda a uno de sus ejércitos, el estado islámico, matar inocentes en el corazón de Rusia, otro estado destructor. ¿Dónde apuntará su venganza? ¿Cuándo será? El suspenso es vital para mantener la atención de la audiencia. Crear miedo es un arte sicópata. Hacen una pausa y entonces tienen su minuto de atención las muertes en Sudan, en Haití.

La guerra también es hambre y escasez. Y aunque resulte desproporcionado comparar el sufrimiento en Gaza con la situación en los extramuros de las ciudades europeas, la puesta en escena de los barcos hundidos en el mar negro o el corte del suministro de gas, también supone un empeoramiento de la alimentación, la salud, la educación, las pensiones entre los empobrecidos. ¿Dónde habrán quedado las manifestaciones históricas de los agricultores europeos? ¿Habrá ya asegurado la unión europea la alimentación para sus poblaciones?

En otro teatro de actores más modestos también se resucitan fantasmas para robarle a los pueblos. En Ecuador, la lucha contra las bandas criminales rápidamente se convirtió en una militarización para imponer miseria y arremeter contra los territorios; AMLO, montado en su tren militar, desprecia la muerte de los 25 indígenas en Chiapas, llama mentirosa a la organización de derechos humanos que la denuncia y acusa de provocadores manipulados a los familiares de los normalistas de Ayotzinapa; Maduro vocifera histriónico contra los capitalistas mientras negocia con ellos; Milei se pelea con todos y da las normas más descabelladas para que los negociados pasen desapercibidos y en el Perú, ¿Quién podría creer que es casualidad el circo de los relojes? Mientras un campante Fujimori, ya liberado, sin apenas manifestaciones en contra, vuelve a tomar el mando político para beneficio del poder económico y sus ambiciones: la selva, el agua, la minería.

El físico Antonio Turiel, coautor de un libro que se llama El Final de las Estaciones (en referencia a la nueva realidad climática que enfrentaremos a causa del calentamiento global y la contaminación que los mismos creadores de la guerra han provocado) dice que este siniestro juego de ataques, de declaraciones de guerra, de fabricación masiva de armas y ejércitos no son para una guerra de potencias. Turiel dice que Europa no se está armando para atacar a Rusia o China, dice que Europa se esta armando para atacar África. El objetivo militar son los recursos, el combustible, los minerales, la tierra, el agua.

Desde el Abya Yala, nada puede sonar más lógico. Los enemigos somos los pueblos. El teatro y el circo es para distracción de las urbes. En las montañas y las selvas la lucha no se ha detenido. Nada más hace falta notar cuanta importancia le dan los gobiernos territoriales de las nacionalidades Wampis, Awajun o Chapra al espectáculo de Dina Boluarte. Ninguna importancia. Las comunidades han dejado de ver la prensa hegemónica también en las zonas más golpeadas del Sur como Ilave en Puno.

La verdadera defensa de la Tierra (con mayúsculas) supone siempre una relación de amor con el territorio que se habita, amor a la vegetación que le cubre, al río que le nutre y a los animales que le habitan. Es el amor, que ejercen todas y todos los que luchan por liberar a la madre tierra en el Cauca, en el Wallmapu, en las comunidades zapatistas, en los cantones de Guatemala, en las nacionalidades indígenas a lo largo de los ríos que cruzan la Amazonía o habitan el caribe. Hay que recuperar ese amor, o buscarlo si es el caso. De eso depende la posibilidad de las generaciones futuras. Y con ese amor, enfrentar el duro presente, no huirle.