Lucha Indígena N° 196, Año 17

La pesadilla es real, el despertar tiene que serlo también.

Señor, le dice la niña a quien está filmando.  “¿Esto es un sueño o es real lo que nos está pasando? Dígame si es un sueño o es real, por favor.”

Aunque había nacido en una Gaza sitiada por la muerte y seguro sabía que el ejército sionista encerraba niños palestinos por haber arrojado una piedra; a pesar de los bombardeos pasados, las detenciones, las humillaciones de siempre, la niña no podía creer que esta vez no hubiera más tregua ni refugio.

Nunca antes como hoy, en esta época adoradora de los datos y la ciencia, cayeron las preguntas con un peso tan irrenunciable.

¿Será posible que sigamos, atentos y asintiendo, la a mentira del orden internacional?

¿Acaso hay un solo motivo para creer en la democracia, en los derechos humanos de las Naciones Unidas?

¿Acaso no sabemos que los presidentes y primeros ministros sólo representan al poder económico y/o criminal de los territorios que ocupan?

¿Qué país existiría si no fuera por el monopolio de las armas y la violencia que ejercen?

¿No está claro que las elecciones, con sus campañas millonarias, con sus reglas excluyentes, son sólo una farsa y un circo?

Nunca como hoy la mentira fue tan habitual, ni la obediencia tan respetada consejera.

La primera valentía que nos exige nuestra condición humana en estos tiempos es aceptar que habitamos en esa mentira.

A la pregunta de esa niña gazatí, existe una sola respuesta. La pesadilla es real.

Lo es para los cientos de palestinos que mueren ante las cámaras y lo es para los defensores comunitarios que, como el líder Kakataibo Benjamín Flore Ríos, son asesinados en soledad cada semana por las mafias y paramilitares que le hacen el trabajo sucio a las grandes empresas.

Esta pesadilla es real para los más de 5000 migrantes que se dirigen a la frontera México – Estados Unidos desde Chiapas por navidad; una caravana más entre millones que en el mundo son empujados a dejar sus territorios y sus pueblos para enfrentarse al desprecio que ejercen los estados.

Es real la pesadilla de juicios, cárcel, persecución, tortura y muerte que habitan los mapuche, los aymara, los kanas, los Gnobe Bugle,… son tantos los pueblos y los idiomas perseguidos.

Los pueblos que habitan el Esequibo vivirán la pesadilla recurrente de la invasión y la invisibilización. Los ejércitos entrarán a por los minerales,  por el petróleo; para los reyes del extractivismo, como hace más de 500 años, allí no vive nada, allí no hay nadie, es un territorio para conquistar y explotar.

¿Y los estados? ¿Y la ley? ¿Y la policía?

De ellos escapamos, son la aduana a los asesinatos, al despojo, al saqueo, a la injusticia. Los estados y sus sistemas de mal gobierno existen para asegurar que la pesadilla continúe, porque la pesadilla es su ganancia y su poder.

En Guatemala marcharon semanas exigiendo respeto y democracia, pero las instituciones, las normativas son una trampa. Los ricos ganan, los pueblos pierden. Esa es su principal ley.

En el Perú la destrucción de “las instituciones democráticas” es una preocupación ciudadana. Más allá del asfalto la preocupación es otra: la minería, el río con metales pesados, la invasión del territorio, los desalojos, la falta de agua, las mafias madereras, cocaleras, agroindustriales. El hambre, la impunidad. 15 años de prisión por protestar, millones para los bolsillos de los políticos a sueldo.

En Argentina y en Ecuador, con cancioncitas, videos de tik tok y mucha pantalla ganaron unos muñequitos de las élites y los lobbies empresariales. En Colombia, Chile, Brasil, Venezuela, Bolivia lo que llaman izquierda le prepara el banquete a lo que llaman derecha. Mientras tanto las selvas se acortan, los ríos se mueren, los idiomas desaparecen sin parar; los jóvenes se ocultan asustados del no-futuro. La pesadilla es recurrente.

Asesinados el ritual y el mito que daban sentido a la vida de los pueblos del mundo, la arrogante cultura de las ciudades, que hace rato ya llegó al campo y a la montaña, cree en cualquier cosa que le muestre el poder. Es necesario entonces que las preguntas también se vuelquen sobre nosotrxs mismxs.

Hablamos con desprecio de salvajes, de primitivos, de atrasados mientras nos atragantamos de plástico y de pastillas, mirando asustados detrás de las cortinas. Incapaces de encender un fuego, adivinar la lluvia o tan siquiera recordar un número o una dirección.

Nuestros hijos e hijas nos condenarán, con razón, si no tenemos el coraje de detener este tren de apariencias, esta adicción al consumo. En un futuro muy cercano el delito de omisión será imperdonable.

Cientos de científicos que mandaban cartas y pedían una firma han pasado a la desobediencia civil. Los territorios acorralados se toman los locales, empujan las vallas, rondan sus bordes amenazados. Los que aún no sufrimos bombardeos, deberíamos saber que de no construir con nuestras manos otra realidad estaremos pronto corriendo sin refugio de una pesadilla a otra, si es que no lo estamos haciendo ya.

Aceptar que no hay opciones dentro del sistema, que el colapso ecológico y la tiranía ya están aquí, habitando nuestros sueños y cortando el futuro de nuestros hijos, es el punto de partida hacia la esperanza.

¿Qué hacemos? Como siempre la respuesta es local y está sujeta a lo que nos rodea como comunidades de vida.

Pero me es inevitable recordar lo que me contó el maestro Jesús Alemancia  mientras hablábamos del triunfo de los pueblos en Panamá, de la esperanza de la unión del pueblo, no en un partido, ni detrás de ningún caudillo, ni un programa escrito de antemano.

El pueblo unido más bien por la conciencia de que los caminos que nos han trazado el capitalismo y el extractivismo se acabaron para siempre, no van más; que las herramientas e instituciones que nos ofrecen los estados ya no sirven más. Que hay que construirlo todo de nuevo desde donde estamos.

Me contaba que un poderoso ganadero les cerró el camino a las comunidades. Éstas le pidieron primero, le reclamaron después, le advirtieron finalmente. No había ley que les protegiese en su derecho, ni justicia que les solucione.

Una mañana bajaron las gentes y una por una fueron cayendo las cabezas de ganado. Se comunicó a todos los pueblos alrededor que pasaran a recoger la carne que necesitasen. El poderoso se fue.

Los estados tienen que perder el poder. Las empresas tienen que perder los territorios que expropiaron. Las financieras tienen que perder sus ganancias. Los medios y la ciencia pagada por el capital tienen que perder su derecho a la mentira.

La pesadilla la tienen que vivir ellos y nosotros pasar a recuperar nuestro tiempo en nuestros territorios, tenemos que pasar a habitar la transformación que es nuestra única esperanza.

 

Diciembre 2023