Es común en todos los movimientos de liberación el gesto de decir ¡basta!; así como es inevitable que cualquier acto de opresión obtenga finalmente como reacción un estallido, el desborde de lo que se ha encerrado, empujado, comprimido.

En la leyenda kurda del Newroz, o nuevo día, narrada en este boletín, el herrero Kawa, tras perder a 16 de sus hijos, se niega a entregar a la última y dice ¡basta! Burla al poder engañándolo, ocultándose, compartiendo sus estrategias con los demás oprimidos hasta que un día los que fueron niños crecen, se enfrentan y dan fin a la tiranía.

A veces el acto de decir ¡ya basta! ha llevado a la muerte insensata y dolorosa de mujeres y hombres que fueron asesinados desde las sombras o por asalto. Dijeron basta así también los zapatistas, dijeron basta los kurdos, las mujeres kukama que defienden el río; han dicho basta los otomíes y los cholultecas. Dijeron basta cuando decidieron recuperar sus territorios los mapuche, los nasa en el Cauca, los Gnobe Bugle, los pemón, los awajún y tantas otras y otros.

Los palestinos dijeron basta muchas veces, pero el monstruo fue creciendo. Pensaron que las palabras del orden internacional que impuso el sionismo en sus territorios sostenían alguna verdad. Nunca pensaron que los países, los organismos internacionales y las poblaciones del mundo permitirían su exterminio. No, en el siglo de los derechos humanos y la igualdad. Lo que pasa en Palestina representa  el destino que el poder económico les ha asignado a los pueblos en resistencia.

Para quienes hoy se alzan contra el genocidio mundial y la contaminación del planeta ¿Cuánto es soportable? ¿Decirle “basta” a qué es suficiente? ¿Cuál es el enemigo primero de la vida y de la humanidad? Queremos la tierra, pero no basta la tierra. Queremos justicia para todxs, queremos paz. Pero eso tampoco basta. Queremos libertad, queremos un futuro.

Son tiempos de artificios y ocultas intenciones. “Ahora hay que tener cuidado”, dice Mariluz Canaquiri, refiriéndose a que las mujeres kukama han aprendido que las organizaciones cascarón y los dirigentes que aparecen mucho, que hablan mucho y no están escuchando a las comunidades son tan dañinos para la resistencia como el estado o la empresa extractiva. “Hay que saber elegir a los aliados.”

También comprendemos que es honesta la preocupación de quienes salen a exigir llenar las calles de autos eléctricos en lugar de autos de combustión; que sueñan con supermercados abarrotados de productos ecológicos y “fair trade”; que insisten en la importancia de reciclar para no dejar de consumir. Pero, aunque cueste retar a los que por lo menos se movilizan en medio de la indiferencia reinante, es necesario decir basta a las soluciones propuestas por el mismo capitalismo para mantener sus negocios.

Marchan por las calles del mundo obreros y campesinos pidiendo más industria, más fertilizantes, más cemento, más exportación, más desarrollo tecnológico. Buscan sobrevivir al hambre, pero las soluciones que exigen no sólo provocan sino aseguran más hambre, más enfermedad y, finalmente, sostienen la guerra.

Junto a los familiares de los asesinados y los heridos por la actual dictadura impuesta por el poder económico en el Perú, que reclaman no olvidar la muerte en la que se sostiene ese gobierno, marchan también quienes piden nuevas elecciones, restitución del presidente anterior; como si en el aparato estatal no estuvieran enquistados el narcotráfico, las fuerzas armadas y tantas otras expresiones de la misma corrupción. Firman acuerdos de protección de líderes ambientales, forman mesas de trabajo para combatir la minería ilegal, mientras sacan leyes en favor de la agroindustria, las petroleras y la explotación minera en todo el país. ¿Cómo creerles?

En sus valientes campamentos, los estudiantes contra el genocidio piden que sus universidades rompan relaciones con el estado de Israel, lo cual es un paso necesario y una esperanza, claro; pero resultará insuficiente si no se cuestiona a las empresas y fundaciones que solventan regularmente las investigaciones y el sistema educativo de esos centros de formación del mundo capitalista. De otra forma, esa ciencia sin corazón, esa medicina sin espíritu, esa educación de la competencia y el salario, muy probablemente hará que cambien de bando en unos años cuando busquen trabajo.

Frente a la hegemonía de la gran prensa, surgen canales “de izquierda”, “progresistas”, que denuncian la corrupción y el fascismo pero alaban el sistema extractivista que los sostiene. Como el español CanalRed, donde se denuncia el genocidio en Gaza, se desenmascara la propaganda estadounidense sionista, se critica a los líderes europeos, pero callan y le lavan la cara a AMLO, haciéndole campaña a un proyecto de transformación que le ha cedido a los militares y a otros asesinos los territorios de los pueblos indígenas en todo eso que llaman México. Ni una pregunta sobre Ayotzinapa, ni una pregunta sobre su tren militar ecocída, ni sobre la guerra contra los zapatistas, etc., etc.

Los pueblos tenemos un enemigo de mil cabezas allá afuera trabajando sin descanso, sin vergüenza. Pero, además, por dentro llevamos otro enemigo, igual de insaciable: la alienación de lxs niñxs y jóvenes, la alienación de los padres y madres. El deseo de progresar, de comprar.

Necesitamos experiencias, historias, voces que siembren sobre el hartazgo y sobre la resistencia creciente, la semilla de los que dijeron basta sin temor a la nada que parece que queda cuando se callan las pistolas y se apagan las maquinitas. Aunque, en realidad, es justo en ese vacío aparente donde otros mundos son posibles.  Necesitamos ese horizonte que se aleja a cada paso que damos pero sin el cual corremos el peligro de conformarnos con una bolsa de víveres, un puesto, un sueldo.

Ahora mismo, los tanques de Israel están entrando a Rafah. ¡Ya basta!