Comunicado
A los pueblos y organizaciones aymara del altiplano,
A los gobiernos territoriales autónomos de la Amazonía,
A las comunidades y rondas campesinas,
A los colectivos y organizaciones de las ciudades,
A las plataformas de lucha y frentes de defensa,
A las organizaciones de afectados por la violencia política del estado,
A las organizaciones de afectados por la contaminación de las actividades extractivas,
A las organizaciones de mujeres,
A organismos aliados honestos de la lucha de los pueblos,
“El Perú es un mendigo sentado sobre un banco de Oro.”
Eso enseñaban en la escuela, que todos eramos unos mendigos sentados sobre un montón de riquezas. A un sabio señorón se le había ocurrido que la causa de la miseria de los pueblos en el Perú era una falta de visión comercial. ¿Qué mendigo tan estúpido que no vende su asiento de oro, verdad? ¿Qué pueblo tan estúpido que no vende sus riquezas para salir de la pobreza, verdad?
Alan García, recordado por ser el primer fujimorista, debió haber sido un buen estudiante porque llamó “perros del hortelano” a los pueblos que no querían ver los campos destruidos, los ríos muertos por la contaminación minera y petrolera.
Los empresarios mineros como Roque Benavides, el gerente de la Southern que insiste con la mina Tía María, los gerentes de Petroperu, los dueños de Las Bambas, de Antamina, de Antapaccay, el ministro del despojo Romulo Mucho, la brillante Dina Boluarte, todos ellos aprendieron bien esa lección: para sacar al Perú de la pobreza hay que vender el Perú.
Seguro que también los mineros ilegales que están acabando con toda la Amazonía se emborracharán en sus prostíbulos orgullosos de ser parte del progreso y no más mendigos sentados sobre un “bosque inútil” que oculta el oro.
Seguro que piensan lo mismo los dueños del grupo Romero y otro deforestadores, cuando arrasan con bosques primarios y plantan sus monocultivos de palma para la industria; pensarán lo mismo los terratenientes que se roban el agua y la llevan a sus cultivos de espárragos, paltas y arándanos para la exportación. Se emborracharán en sus prostíbulos orgullosos de ser parte del progreso y no más mendigos. ¡Qué viva la industria nacional!
(Insisto en los prostíbulos porque la explotación de mujeres, el tráfico de menores, la delincuencia y el narcotráfico aparecen siempre que alguien pretende dejar de ser mendigo vendiendo las riquezas de las comunidades y los pueblos)
Hasta los policías que salen disfrazados de jóvenes a infiltrarse en las marchas para generar violencia, tal vez hasta los perros policías que lanza el gobierno sobre madres y niños, salen con su justificación de que golpean manifestantes porque están defendiendo el desarrollo del país.
De estos asesinos de la vida, fanáticos del desarrollo y el dinero, no se puede esperar nada. No dejarán de asesinar defensores ambientales, ni tendrán pena de acabar con el último árbol ni de secar el último río.
Lo verdaderamente difícil es que los profesores rurales, las pequeñas comerciantes, las juntas de vecinos, los estudiantes pobres, las madres de familia, los obreros, las campesinas, los pueblos originarios se crean esa mentira de que, volando los cerros, vaciando el mar, destruyendo el bosque encontraremos bienestar y felicidad.
Quienes han vendido y se han aprovechado de ese banco de oro y riquezas durante 200 años, hoy gobiernan, sacan leyes, tienen el poder judicial y han fortalecido sus fuerzas represoras. No están solos. Los acompañan un poder económico mundial que vive de la guerra, la masacre y la destrucción de la madre tierra.
¿Qué es el Perú? Un desfile militar, un escudo ofertando productos, una bandera pisoteada, una historia de impunidad para los delincuentes y de castigo para las mujeres y hombres que lucharon por libertad y justicia.
No es cierto que los pueblos hayan llegado al reyno de los señores y lo estén removiendo, no han llegado los millones de migrantes a las ciudades para apropiarse de ellas. Las ciudades han devorado a los hijos e hijas de la tierra y les han puesto enfrente un futuro imposible sobre el asfalto.
“No queremos la carretera porque cuando llega la carretera, la civilización; empieza la muerte y la destrucción”, decía una líder amazónica.
Por voluntad o por necesidad, volveremos a la tierra, a la vida sin adornos, sin lentejuelas ni lujos. Y más temprano que tarde sus centros comerciales y sus grandes empresas caerán. Ojalá no ardan, ojalá no se derrumben entre sangre y veneno, pero caerán, sí que sí. También sabemos que las comunidades y pueblos que no estemos organizados y fortalecidos caeremos con ellos.
Es tiempo de construir un conocimiento y una vida apropiados al colapso creado por quienes quisieron venderlo todo con el cuento de dejar de ser mendigos. Nunca lo fuimos. Aunque vivíamos oprimidos por la violencia del estado y de los ricos, teníamos el agua pura, los campos limpios y los cuerpos sanos. Ahora hemos perdido el agua, los campos y la salud, pero la opresión y la violencia del estado y de los ricos son las mismas.
Hoy, 28 de julio, harán exhibición de las armas que usan contra el pueblo, los medios hablarán de caudillos y estado de derecho, de orden, de amor al Perú y luego, quien mandó a matar a jóvenes inocentes, hablará en nombre del país.
Los pueblos que resistimos a la muerte, que protegemos nuestros territorios y celebramos la vida, nos organizamos lejos de los escopetazos y las pantallas. No esperamos un nuevo presidente, una nueva traición; queremos autonomía y libertad para decidir sobre nuestros días y nuestros destinos. Exigimos reparación por los daños ya causados y reclamamos el derecho a ejercer la libre determinación sobre nuestros territorios.
¡Qué vivan los pueblos organizados!