Por Pavel Marmanillo Barrio de Mendoza
La venganza y el papel de víctima son una combinación letal en cualquier jerarquía de la vida. Los discursos que se generan a partir de estas fuerzas destructivas de la humanidad son más bien propagados y promovidos en un mundo que ha perdido cualquier brújula ética y que se ha entregado a la carrera belicista con un fanatismo que nace también de las patologías más hediondas de querer demostrar poder y supremacía pagados con la vida que en la otredad parece ser menos valiosa.
El Estado espurio de Israel ha embanderado con mucho más descaro y sed de sangre sus estandartes de victimización en forma de agresión bélica al aparecer todos los días -durante los últimos más de seis meses- con espuma rabiosa en la boca y golpecitos nefastos en el pecho cada vez que su ejército ocupante asesina a niños y mujeres ¨por error¨. Por un lado, claman ser el ejército más moderno y moral del Medio Oriente y, por otro lado, asesinan civiles inocentes y registran y difunden las barbaries que en nombre de su sed de venganza perpetran desde hace más de siete décadas.
Lo justo es decir que esta agresión no es un acto impulsivo del que ha recibido una respuesta esperable desde la resistencia digna de un pueblo ocupado. No, esta campaña de destrucción y de limpieza étnica está inscrita en el ADN de la fundación del Estado de Israel desde las primeras visiones sionistas de un estado judío que nunca tuvo a bien respetar la existencia palestina y comenzó a ejecutar su proyecto nefasto en un territorio que le fue regalado por los delirios coloniales británicos.
Bombardear campos de refugiados y corredores seguros es parte de la política asesina de los funcionarios israelíes y justificarla desde todas las hondonadas de la falacia se ha convertido en parte de su identidad comunicacional.
Desde aquí, miramos impotentes las masacres, torturas y ejecuciones que Israel comete sin temor a ninguna ley que los interpele y apelando a la única ley estupefaciente que su dios ha transmitido a través de mitologías anacrónicas. El pueblo elegido, se llaman, y sí: han sido elegidos para asesinar a niños y mujeres mientras duermen en sus carpas en condición de refugiados hambrientos y temerosos.
Incluso las estadísticas horrendas al día de hoy se hacen pequeñitas frente a la promesa colonialista de Israel. Sabemos que hoy son más de 40 mil asesinados y asesinadas, pero que no va a parar allí hasta que las políticas de ocupación, colonización y desplazamiento se lleven a cabo al 100%. Esto lo sueñan los sionistas ladrones de tierra y destructores de cultura. No ven llegar el momento en el que ningún palestino ni palestina viva en el territorio que alimenta las ansias enfermizas de Israel.
Callamos de rabia y fácilmente podríamos volver por el horror de las imágenes de niños y niñas enterrados bajo los escombros, de bebés muertos de hambre, de madres que dan a luz sin anestesia, de amputaciones en condiciones de asepsia ausente, de animales muertos, de bosques quemados, de infancias detenidas en Cisjordania y juzgadas bajo leyes militares por la fuerza ocupante. La lista es larga y solo alimenta a la distopía en la que vivimos hace mucho tiempo con la diferencia que todas las atrocidades cometidas por Israel son transmitidas en vivo y justificadas de manera blandengue por las fuerzas imperialistas de occidente a excepción de algunos gobiernos que han decidido ponerse del lado correcto de la historia en defensa de la justicia y el derecho a la liberación y la consiguiente paz.
Igual, las bombas siguen cayendo y las y los palestinos siguen siendo asesinados por Israel. El escenario es tan cínicamente absurdo que ni la idea academicista de marco jurídico y autoridad alcanzan a detener al monstruo belicista llamado Israel. Los ministros y funcionarios del Likuds, encabezado por Netanyahu, se burlan de cualquier llamada de atención de sus socios mediáticos, pues saben muy bien que esa performance es parte del montaje democrático que estos decadentes quieren transmitir, pero que en el fondo todo está sustentado por la maquinaria de guerra y de los recursos financieros.
La cultura del mundo está en crisis y llena de lesiones éticas. Una de sus heridas más profundas se llama Palestina y sigue sangrando desde hace más de 76 años. Desde nuestro lugar nos queda seguir gritando y hacer que la causa de la lucha palestina se convierta en causa común por la libre determinación de los pueblos. Esos ecos se encuentran inexorablemente en las cuevas de la historia en donde los gritos de los mapudungun, los saharauis, los yemeníes, los iraquíes, los congoleses, los libios, los sirios, los afganos, los quechuas y todos los pueblos originarios invadidos están luchando por la verdad y la justicia; incomodando a las memorias distraídas y mostrando la evidencia del fracaso de la civilización y las acciones viles de algunas y algunos que nunca amaron ni supieron respetar la vida.