Los agricultores y ganaderos europeos llevan semanas bloqueando carreteras y entrando al centro de las principales ciudades con cientos de tractores exigiendo que sus gobiernos nacionales y el Parlamento Europeo resuelvan la trágica situación del campo.
Estas enormes protestas han estallado luego de años de parciales manifestaciones en contra de una política a favor de la agroindustria y las grandes cadenas de distribución.
Hay que saber que la agricultura y la ganadería europeas han recibido desde los años 60 una ayuda económica permanente a través del llamado Programa Agrícola Común (PAC).
Al inicio se trataba de mecanismos de mercado para favorecer la producción y asegurar la alimentación de la población, que por entonces sufría racionamientos y hambruna; luego fueron apoyos económicos para incrementar la producción vía mecanización y agroquímicos; y ya en los últimos años, las ayudas se convirtieron en pagos supeditados a controles burocráticos, medidas sanitarias, de protección animal y cuidado del medioambiente.
De más está decir que durante esos más de 50 años, las familias de granjeros han estado recibiendo migajas mientras el gran capital ha recibido a manos llenas el dinero público para apropiarse del alimento, los cultivos, los campos y el agua. El alimento, como sabemos, es mercancía a nivel mundial.
En el mundo 6 empresas controlan el mercado de semillas, otras 6 controlan los agroquímicos, otras 6 controlan el mercado farmacéutico para animales, 4 empresas controlan el 90% del comercio mundial de cereales y leguminosas; y la distribución está en las garras de esos buitres que son las grandes cadenas de supermercados y procesadoras de comida industrial.
Exportación se llama ese juego cruel de destruir la soberanía alimentaria de los pueblos. La agroindustria produce en un lugar y luego vende en otro a un precio subvencionado por el dinero de la misma gente a través de los estados. Por eso una de las exigencias concretas de las protestas en Europa es impedir la implementación del tratado de libre comercio con el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay).
En el 2023, ingresaron a Europa frutas y hortalizas frescas por más de 14 000 millones de euros. Los principales proveedores: Marruecos, Sudáfrica y Perú. Las verduras peruanas son un producto de la acaparación de tierras, apropiación de aguas, explotación laboral y contaminación con agroquímicos. No son un regalo del pequeño campesino peruano. Al mismo tiempo, pollos baratos de Europa se venden en África, arruinando a los criadores locales.
Así, el capitalismo, estados y empresas, logran completar su cruel estrategia: empobrecen a la gente del campo para apropiarse de la tierra, el agua, los minerales, el bosque; creando al mismo tiempo una migración de siervos, ya sin tierra, que irán a las ciudades a malbaratar su fuerza de trabajo para poder tomar y comer lo que la industria les venda.
Mientras los capitalistas se ahogan en billetes, los agricultores y ganaderos del mundo ven certeros signos de eso que los científicos llaman el fin de las estaciones. Extensas sequías y torrenciales luvias. El 2023 en Grecia llovió en unas horas lo que debía llover en años y el mayor campo agrícola de ese país, 73 000 hectáreas, quedó convertido en un lago.
Las organizaciones de agricultores europeos, que luchan para no caer en el aprovechamiento político de derecha o los grandes sindicatos ligados a la agroindustria, llaman a persistir en las protestas. Polonia, Francia, España, Bélgica, Alemania… todos los países viven una invasión de la realidad rural en sus avenidas.
Con todo, estas manifestaciones son una esperanza muy grande en medio de las dos guerras que de la mano de Estados Unidos han herido a Europa gravemente. “La gran perdedora”, le llaman. Sin combustibles, ni minerales, ni industria…ni alimentos.
¿Servirán los estados a sus ciudadanos? ¿Salvarán los millonarios a los pueblos? Claro que no. Para estos casos siempre tienen el comodín del fascismo: aprovechar la insatisfacción popular para reducir libertades, encontrar un enemigo interno (los migrantes) y otro externo (Rusia, China) a quien echarle la culpa de todo y tiktok, mucho tiktok.
¿Dónde está la esperanza entonces? En la organización fuera del sistema establecido por el poder económico.
¿Se puede? Sí se puede.
En 2023, el movimiento francés “Sublevación de la Tierra”, que en 2 años había llegado a juntar 100 mil personas en defensa de la tierra, fue declarado organización criminal por Macron. Este movimiento logró detener la construcción de un aeropuerto y ocupar ese territorio para la comunidad. Cuando 30 000 manifestantes se juntaron para detener un proyecto de irrigación para la agroindustria en el distrito rural francés de Sainte-Soline, la represión fue brutal: 200 manifestantes heridos, 40 gravemente mutilados y dos en coma.
Sus 3 objetivos son simples pero poderosos: Defensa de la tierra y el “desarme” del capitalismo industrial, reapropiación de la tierra y la reconstrucción de una capacidad autónoma de subsistencia. Si hasta parecen reivindicaciones indígenas.
Allí está la esperanza.