Editorial

Por Luisa Nictálope

Mientras caminamos esta maravillosa parte del mundo reconocemos en la situación del pueblo mexicano las intenciones globales de lo que ocurre a diario en Palestina. Nos quieren eliminar en plural, aunque muchos quieran vivir la individualidad que nos vende la propaganda consumista.

Los misiles que han devastado la ciudad de Gaza, aquí son los explosivos lanzados sobre Chiapas y Ostula.

Las bombas que queman las carpas de plástico en los refugios de Rafah, son aquí las minas personales en los campos de maíz, el incendio de casas y cerros en Oaxaca.

Los soldados sionistas que entran a violar y matar en las ciudades palestinas, son aquí los miembros de los cárteles, las mafias y del ejército mexicano que violan, matan y desaparecen normalistas y luchadores sociales.

Con la misma determinación con que los sionistas exterminan a la población palestina quitándoles el agua y el alimento; aquí, el poder económico y el estado llevan a cabo el despojo de la tierra, el saqueo del agua, la colonización inmobiliaria del campo y la destrucción de humedales y cenotes.

Los miles de presos palestinos encarcelados por años, sin sentencia, sólo por defender su territorio son los miles que aquí son perseguidos o fueron encerrados por todos los gobiernos.

Esas multitudes que vemos huyendo del horror en la franja de Gaza, son aquí los cientos de miles expulsados de sus pueblos por la violencia y la destrucción de la naturaleza, que también es una condena a muerte. Masas que atraviesan las fronteras hacia el Norte y ahora también son las comunidades chiapanecas que cruzan de norte a sur pidiendo refugio en Guatemala.

Netanyahu, el genocida de los palestinos, aplaudido por el senado estadounidense y los líderes europeos, tiene su par aquí en Andrés Manuel López Obrador, genocida de los pueblos mexicanos, aplaudido por los partidos y medios de “izquierda” en todo el mundo. Es que el genocidio siempre ha necesitado de cómplices.

Cierto es que tanto Netanyahu como AMLO son apenas servidores de los verdaderos intereses económicos y geopolíticos. También es cierto que el genocidio no empezó con ellos. El genocidio en Palestina empezó hace 76 años y en México habría que ir muy atrás para rastrear cuándo comenzó.

También están las diferencias. El estado sionista de Israel y su población, que creció sobre tierras robadas y cadáveres, han sido elegidos para recibir la condena mundial, para ser señalados por los medios oficiales y las redes sociales. Los muertos se cuentan a diario y las fotografías del horror se reparten desde las agencias de noticias aliadas a los poderes que financian los ataques. Hay un consenso mundial: la guerra está allá, lejos, en el medio oriente.

Pero en México se mata también a diario, las familias huyen del horror a diario y se les roba el agua a diario, pero los canales de televisión y las redes sociales no quieren señalar al enemigo. Se habla de cárteles, de narcos, como si el estado con todas sus fuerzas armadas e inteligencia militar no supiera quienes dirigen esos escuadrones de muerte. Como si no fueran los mismos.

Mientras a Netanyahu se le representa como el monstruo que es, AMLO aparece como el héroe de la izquierda mundial. Detrás de sus palabras y sonrisas huecas se esconde la militarización del país, la colaboración de Morena con el crimen organizado y la violencia política, la impunidad del ejército frente a las víctimas del terrorismo de estado, los grandes megaproyectos, la devastación de los territorios, etc.

Ahora, el partido de gobierno, Morena, alza la bandera de las mujeres con la primera presidenta, Claudia Sheinbaum, aliada de las inmobiliarias, represora de las sin hogar y de los defensores de los humedales y que ahora posa feliz junto al presidente de Blackrock. Terminará de vender el país a fuerza de eliminar a los pueblos en resistencia y continuar con la vieja práctica de comprar conciencias a través del clientelismo y las ayudas sociales.

“El gobierno se sostiene en la mentira,” decía la compañera Mili invitando a la 5ta Asamblea Nacional del Agua. “No se conformen con migajas.”

La palabra genocidio resuena en la historia de América. En más de 500 años los pueblos indígenas hemos resistido el intento de eliminarnos. La implantación de los estados se llevó a cabo con y sobre la sangre y el dolor de la gente: Haití, República Dominicana, Nicaragua, El Salvador, Colombia, Venezuela, Chile… ¿Qué país en la actualidad podría negar el genocidio sobre el que descansan sus banderas e himnos?

Ante semejante enemigo – ahora que compartimos el alimento, el cariño y las risas que no les han podido quitar – las que luchan, los que luchan se ven inmortales. Sus palabras pesan y se quedan. Sus miradas tienen fuego y hondura. “Sin estos locos que se enfrentan a la autoridad ya estos campos no existirían”, decía alguien. Y es cierto.

No lo saben, tal vez, pero están sosteniendo a toda la humanidad.

Caminar con ellxs le da sentido al tiempo.

Nuestra victoria es no vendernos, luchar, aprender y seguir luchando.

 

¡Alto al genocidio en Palestina!

¡Alto al genocidio de los pueblos indígenas en México!

¡Alto al Genocidio en el Abya Yala!