Por María Blanco Berglund
Conversaciones con las mujeres de San Gregorio de Atlapulco – el lugar del agua
La trenza larga de Xochiqetzal baila como una alegre serpiente en su espalda.
“Nos esperan con su camión en la avenida”, dice ella. Se detiene en un puesto para comprar un tantito de ajo. Vamos al ejido. La compañera Mari y su hija Érica nos han invitado a sus cultivos para conocer y pescar en su poza. Érica, una joven aguerrida, maneja, y atrás sobre las tablas vamos nosotros. Nos agarramos bien de los fierros para no caernos. Por el pequeño espacio entre la lona y la carrocería se entreven las chinampas y sus canales secándose. Las mujeres comentan con pena cómo el estado se roba el agua de los cultivos ancestrales, más antiguos que el estado mismo, que la noción de nación.
“Sobre el lago de Xochimilco los nahuas desarrollaron una agricultura muy fértil, creando balsas con troncos y varas, sobre las que se deposita tierra vegetal con materias biodegradables como pasto, cáscaras de fruta y vegetales, etc. En las chinampas se sembraban y se siembran ahuejotes, árboles cuyas raíces crecen desde el agua hasta la tierra firme en la ribera. Entre estas chinampas hay canales de los cuales se coge el agua para riego y se saca el lodo del fondo de esos canales para fertilizar la tierra. Este ecosistema permite varias cosechas al año. A pesar de ser uno de los sistemas más sustentables jamás logrados, las chinampas viven bajo una permanente amenaza de muerte.
“Desde hace más de cien años nos roban el agua”, dice Mari. “Empezó con Porfirio Díaz, que hizo canalizar el agua para llevarla a la ciudad de México. El robo de agua ha seguido aumentando y hoy nuestros canales se van secando. En el poblado el estado sólo abre el caño de agua potable dos veces por semana y las chinampas se tienen que regar con aguas tratadas. Las aguas negras se juntan con las aguas de lluvia y ya no sirven”.
“Antes nomás cogíamos el rabanito de la tierra a la boca. Ahora tenemos que desinfectar”, cuenta Jorge, hermano de Mari.
San Gregorio de Atlapulco recibe las aguas negras de seis pueblos. Además de esto el Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex) taponearon el drenaje de una parte de las viviendas que colindan con el Canal Nacional y ya no lo conectaron a la red que va a San Luís Tlaxialtemanco. El resultado es que las aguas negras se desbordan y salen por las coladeras, lo que amenaza la salud general del pueblo y la agricultura de las chinampas. La conexión está colapsada y aún así el gobierno quiere conectar otro colector de drenaje. A esto el pueblo se ha opuesto y lo ha impedido a pie de lucha.
Pasando las chinampas llegamos al ejido, donde se encuentra un humedal. Aquí vive una considerable cantidad de especies silvestres, como aves, peces, mamíferos y plantas. Es un pulmón en la ciudad de México que ayuda a limpiar el aire y las sustancias tóxicas del agua con plantas acuíferas como el tule, el huachinango y el zacate.
Mari nos indica que le saquemos la mala hierba a los plantines de suculentas que cultiva para la venta. Las mujeres no paran de hacerlo. Con manos siempre ocupadas deshierban y luego pescan en la poza con el agua hasta los muslos mientras don Seferino, abuelo de Érica, reniega y dice que los jóvenes ya no saben cómo se pesca. Hay que asustar a los peces removiendo el agua con palos e ir avanzando en sentido contrario al de las jovencitas que avanzan con las redes. Seguimos sus consejos y nos va mucho mejor. Ya tenemos las cubetas llenas de pescados. Mari y sus hijas les sacan las escamas y los limpian. Nunca se sientan, pero siempre alegres conversan sobre la vida, la lucha, las necesidades de su comunidad y las posibles soluciones. Xochiquetzal, que en nahua quiere decir hermosa flor, tiene la preciada y rara virtud de ver las necesidades de las personas. Ella empieza a limpiar el espacio de plásticos rotos que quedan de los invernaderos viejos. Luego busca piedras grandes para acomodar un tronco de modo que sirva de banco frente a la mesa donde Mari y sus hijas limpian el pescado, al lado del fuego donde Daniel los va friendo. Corta con machete el pasto y las ramas para que quede un espacio más ameno.
“¡Hay que venir a acampar!”, dice Érica.
El suelo es pantanoso y el clima cálido. Dentro del invernadero la tierra de las plantas parece secarse más rápido que afuera. Xochiquetzal dice que unos ingenieros fueron a decirles a todos en el ejido que pongan invernaderos.
Comemos, compartimos, reímos y llega la tarde. Pasan patos y garzas, las jóvenes encuentran una culebra. Irrumpen en el paisaje del ejido unos camiones que en caravana constante van y vuelven con cascajo. Los miramos desde lejos.
“Los camiones están echando el cascajo para hacer un camino que atraviesa el humedal y el ejido. Lo que quieren es construir viviendas lujosas, es un proyecto inmobiliario para gente adinerada. Ya abriendo el camino pueden empezar a construir y entonces nos van a quitar aún más agua. El pueblo no ha sido consultado en ningún momento a pesar de que atraviesa nuestros territorios, amenaza a la flora y fauna del humedal y a la agricultura del ejido”, cuenta Xochiquetzal.
“¿Por qué no bloquean el camino?” pregunto.
“Están con la mafia, son matones.”
México es un narcoestado y el gobierno es parte del terror del extractivismo y los megaproyectos que se roban el agua, depredan los árboles y contaminan.
Mientras vamos de regreso, satisfechos del delicioso pescado, la cariñosa hospitalidad y el tiempo compartido, pienso que el pueblo de San Gregorio de Atlapulco enfrenta grandes retos pero que también tiene victorias ganadas. El pueblo organizado ha logrado impedir la conexión de otro colector de drenaje de aguas negras, también ha impedido que el gobierno robe aún más agua de Atlapulco. En unas supuestas obras de drenaje, la autoridad estaba utilizando tuberías para agua potable y pretendía abrir una válvula de agua potable. Cuando el pueblo se dio cuenta, indignado realizó un plantón en diciembre del 2022, que puso fin a este proyecto.
Gracias a la toma de la biblioteca, donde el alcalde había construido un salón que utilizaba para sus eventos y fiestas personales, ahora San Gregorio de Atlapulco cuenta con una Casa del Pueblo, llamada Tlamachtiloyan, que en nahua significa “donde se comparten los saberes”. Aquí se reúne la Asamblea General Permanente del Pueblo de San Gregorio de Atlapulco, fundada a partir del plantón y las luchas del 2 de diciembre del 2022. No sólo es un lugar desde donde se organiza la resistencia, sino también un lugar donde se realizan talleres, conversatorios y conciertos gratis, por y para el pueblo. Hay talleres de teatro, guitarra, danza, idiomas, chaquiras, exposiciones y cine. Hay mucho amor, mucho compartir y una gran solidaridad.
Cruzamos el puente sobre el lago en el atardecer y atrás en el camión, Mari cuenta que la lucha de San Gregorio de Atlapulco tiene una larga historia.
“Por aquí pasó Zapata y aquí se reunieron Zapata y Pancho Villa antes de entrar a la Ciudad de México. Mi abuelo le ayudaba a Zapata a repartir los títulos de propiedad al pueblo. Lo hacía de noche porque era peligroso. Finalmente, en esas lo mataron. Pero nosotros guardamos como un tesoro una carta de reconocimiento a mi abuelo por esa labor, firmada por el mismo Zapata”. En la luz de la tarde veo una chispa en sus ojos, de un fuego que no se apaga.