Karo Oroz ha partido. Ella fue una figura vital e influyente del movimiento feminista y de la disidencia sexual, una gran militante de la “cuarta ola feminista” que sacudió a esta ciudad conservadora y patriarcal. Fue pionera en conectar la idea de “los cuerpos como territorio de lucha”, concepto que desarrolló en su obra inicial como artista plástica, presentada en diversas ocasiones, generando expectativa, controversia y debate. Asimismo, combinó su arte con intervenciones performáticas cuyos ejes giraban en torno a la visibilización y denuncia de la violencia patriarcal hacia mujeres y disidencias sexuales, además de la construcción de la memoria en una sociedad postconflicto armado.

En esa senda, supo articular, sin sectarismos, la ancestralidad andina y el ser “warmikuna” con la radicalidad del feminismo de vertientes más occidentales. Para ella, la sororidad se tradujo en un “ser hermana-ñañay”, concepto que le permitió activar redes de acompañamiento para mujeres en procesos de aborto, enfrentando los riesgos y amenazas que ello implica.
Uno de los aportes más significativos de la militancia de Karo Oroz fue su firmeza para no ceder ante el discurso antipolítico, que tiende a jerarquizar luchas sociales y a considerar que algunas de ellas no deberían tener un cariz político. Ella fue un nexo crucial entre las diversas luchas que emergían en el territorio cusqueño y el movimiento feminista. Por eso, era común verla en movilizaciones en defensa de los territorios y la vida frente al voraz extractivismo, así como en protestas contra la corrupción, los indultos a espurios genocidas, los golpes congresales, la mafia fujiaprista, y en favor de una nueva constitución, entre otros temas.
Además, muchas veces asumió la coordinación de acciones de lucha, formando y participando en comités y coordinadoras para garantizar un orden en las manifestaciones. No obstante, siempre mantuvo su independencia y autonomía respecto a la institucionalidad partidaria, sin militar en ninguna de las izquierdas de su tiempo. Dando toda su entereza en colectivas feministas como “Género Rebelde” o más recientemente en la colectiva “Voces Que Retumban”. Aun así, fue cercana, amiga y camarada de numerosos y numerosas militantes de la izquierda cusqueña. Su feminismo era radical, transformador, revolucionario, construido desde abajo y con el pueblo.
Uno de sus legados más destacados, por el cual será recordada, fue la iniciativa de formar, junto a mujeres valientes, el “Comité de Ollas Comunes Micaela Bastidas Puyucahua”. Este comité fue fundamental para sostener la movilización indígena y popular más importante de las últimas décadas, que sacudió los cimientos del país durante el Estallido Social. La labor del comité consistió en garantizar alimentos para miles de personas que se manifestaban contra el régimen corrupto y asesino que gobierna el país desde el 7 de diciembre de 2022. La historia de este comité aún está por escribirse: sus vivencias, experiencias y lectura de aquel momento histórico. Sin embargo, siempre quedará un vacío por la ausencia de su presidenta y figura clave, Karo Oroz.

Karito me ha costado escribir estas brevísimas y rápidas líneas, seguro se me han pasado un montón de cosas te prometo que ampliaré y seré más riguroso. Solo me queda agradecerte por vivir transformando el mundo y por transformar mi mundo, toca aprender a vivir sin tu vital presencia, sin tu ternura y solidaridad.

Por Rudy Roca Rosas

«En el contexto de las protestas que iniciaron diciembre 2022, se organizaron las ollas comunes «Micaela Bastidas», una de las organizadoras fue Karol Serrano Oroz, una de las compañeras que lamentablemente falleció en el accidente de tránsito de hace unos días.
Por varios meses, casi todos los días un grupo variado mayoritariamente de mujeres (de diversas edades) cocinaban para cientos de personas de comunidades, y por más que a veces excedía el número de comensales planificado originalmente, en poco tiempo podían sacar nuevas viandas intentando que nadie se quede sin comer. Los alimentos eran donaciones de personas diversas, vendedores del mercado y hasta de las mismas delegaciones de comunidades.
Si bien había un grupo base y constante quiénes organizaban estas ollas, a diario llegaban personas de diversas edades (hasta niñxs) y condiciones, que se daban tiempo para apoyar en la cocina, sobre todo el picado.
Uno de nosotros participó en algunas ocasiones, nos hubiera gustado mucho más, pero la distancia se nos complicaba. Cada jornada en la que participábamos era mágica, pues entre picar y picar, se compartía de todo (saberes, situación del país, formas de organizarnos, cadenas de solidaridad, vida cotidiana, etc.) con personas que recién conocías. Podías estar picando con abuelitas, jóvenes, extranjeros, estudiantes, etc.
Desde nuestro parecer ese era un ejemplo que nuestro espacio de comida es político. Entre el hacer y aprender, se tejían relaciones y redes de apoyo que algunas se mantienen hasta ahora.
Pd: Esta foto fue colgada por otra compañera de las ollas comunes, luego de un día de trabajo. «
Tomado del Facebook de Claudia Palomino