Adonde quiera que el poder económico instala sus proyectos de muerte, allí los pueblos hacen el amor y nace la esperanza. La esperanza no de esperar sino de esperanzar. O sea, de buscarle el modo de que no nos quiten la tierra, de que no nos maten el agua, de que no nos envenenen los cuerpos, de que no nos hundan la mente, de que no nos aplasten los sueños, de que no nos cierren el habla, de que no nos callen la memoria. El amor en la guerra es resistir, crear y resistir.
Durante 5 meses hemos recorrido comunidades, organizaciones y territorios dentro de eso que llaman México. Hemos visto que quienes luchan contra el mal, aman intensamente la vida. Tal vez por eso, por su capacidad de criar, han sido y son tantas las mujeres alzadas contra la injusticia y la destrucción. Y por eso también, ahora se empeñan tanto los malos en aislar y dividir, en crear cárceles-pantalla, con saldo e internet, donde a las gentes se nos haga costumbre la indiferencia.
Imagino al mal gobierno, a los grandes empresarios y capos del crimen, rabiando contra la gente que se niega a dejar sus territorios a pesar que ya han asesinado el río o a las muchachas las arranquen de las manos de sus madres; gentes que se mantienen aferradas a un pedazo de desierto, a una cabaña de palos y lámina, a una parcela mínima de frijoles y maíz. Los imagino despreciando las manos con tierra y los pies empolvados. Furiosos porque su crueldad no basta para callar a todas.
“Es que este es el pueblo más hermoso del mundo”, dice Chela en el Salto, Jalisco, uno de los lugares más contaminados de México. “Aquí se da de todo”, “Esto era una chulada de lugar”, “Gracias a Dios que nos bendijo con esta tierra”, “Como estas tortillas no hay.” Son las palabras de los que han puesto el cuerpo y los muertos para defender la vida.
Cierto es también que no tienen a donde ir. No tenemos. Por eso se quedan. Pero también es cierto que aman la vida que criaron en sus territorios, el amor que los hizo enraizarse cuando parecía que debían partir. Los hay quienes migraron como un sacrificio para los que quedaban y los que olvidaron creyéndose lejos.
Caminamos por estas tierras al abrigo de las organizaciones, las comunidades, los colectivos y asambleas. No son pocos, no son pocas las que están construyendo espacios y redes donde el futuro sea posible hoy. Raíces hay de sobra. Llevan luchando por generaciones. Abuelas, madres y nietas alzadas en sus corazones y conciencias. Los fusiles de la revolución todavía se desentierran en las parcelas. Y el copal, el mezcal, la jarana, el mole, son la masa milenaria de una espiritualidad caliente.
Pero no ha sido ni es fácil. Están los asientos vacíos de los estudiantes, la herida sangrante de la cárcel y la persecución, las cocinas acribilladas por el hambre, los ríos destruidos, los desplazados de su territorio y de su cultura, las silenciadas, las promesas desaparecidas, las traiciones.
En 5 meses de marchar junto a los pueblos entendimos que zapata está vivo; como vivos están Flores Magón y Lucio Cabañas, Betty Cariño y la comandanta Ramona; como vivos están las miles de defensoras y defensores asesinados por las fuerzas represoras (ejércitos y narcos). Aprendimos que, en estos tiempos de colapso capitalista, los extractivistas tiemblan al ver que a pesar de la muerte y la carencia, el agua y la vida serán siempre defendidas; que de Norte a Sur y de Este a Oeste, venceremos. La naturaleza romperá el cemento y allí estaremos los pueblos, comiendo el kelite inmortal. Escuchamos a los estudiantes gritarle al estado que sus madres los mandaron a estudiar, con la advertencia de que ante los problemas su deber es luchar. Y así la lucha… sigue.
Al dejar México, se empezaba a instalar el segundo piso de una cuarta transformación que ha venido a cumplir los antiguos sueños de la oligarquía y del mal vecino del norte. La izquierda progresista abrió puertas que durante décadas la derecha no había podido. Allí está, por ejemplo, esa nueva frontera en el istmo que convertirá a los migrantes en mano de obra desesperada para beneficio de la industria, facilitando el gran comercio interoceánico y el despojo, creando megaproyectos militares, contaminando territorios y asolando poblaciones. Ya lo están haciendo.
López Obrador se fue firmando cuantos decretos pudo a favor de militares y oligarcas y Sheinbaum, recién electa, ya mandaba a golpear estudiantes y periodistas. No es menor la compra de conciencias con los programas de cooptación social y clientelismo. Un sistema de sembrar envidia, dependencia y sometimiento en la gente.
La militarización (ejército y cárteles) y la desmovilización de la población en base a las ayudas del gobierno, son las dos principales amenazas externas al movimiento social. El terror y la compra de conciencias financiadas por el poder económico.
Por dentro del movimiento social, es siempre una amenaza el gusano del poder que logra anidar en los huesos de algunos. Se rompen los sueños más claros a manos de la soberbia y los egos inflados. Se venden, pues, o se acostumbran a jalar el chorrito de agua que le corresponde a todxs hacia su propio miserable molino.
Mientras seguimos nuestro camino hacia el Sur, a las gentes les hablamos de San Gregorio de Atlapulco, de Zautla, de Apizaco, de Cherán, del Salto y Juanacatlán, de Tatahuicapan, de Zapotitlán Salinas, de Juchitán, de Güilá, de la caravana de buses de normalistas camino a Ayotzinapa, de las asambleas de pueblos, de los encuentros contra megaproyectos, de los espacios de resistencia en las urbes devoradoras de la Ciudad de México, Oaxaca y Guadalajara.
La lista de colectivos y organizaciones de las que aprendimos, muchas que no alcanzamos a visitar, toda la banda que nos brindó su amistad y su mesa estos meses (mujeres, hombres, niñas y niños atravesados por la historia de lucha de sus pueblos) no cabe en el papel ni en la pantalla.
La guerra contra los pueblos no hace sino crecer. Es el tiempo de la sed. Un tiempo doble, de enfrentamiento y de alianzas a la vez. El capitalismo como religión y paradigma llega a su fin, asesinando y destruyendo a nivel global porque la muerte siempre fue su negocio. Donde no logremos sacudirnos del progreso y el extractivismo, donde no alcancemos a organizarnos en razón del territorio, sólo quedará un estanque tóxico. Ya lo hemos visto.
El poder económico sabe muy bien de la fuerza de las comunidades, su enorme dignidad y capacidad de reacción; por eso su ataque es feroz. Hemos resistido siglos y estaremos aquí, los pueblos luchando, cuando el dinero valga lo que es: NADA y los perros del poder económico muerdan la enferma mano que les da de comer, cuando los desaparecidos señalen con flores fulgurantes el lugar en que sus cuerpos fueron escondidos. El amanecer ha de llegar inevitablemente.
Aquí estuvimos, estamos y estaremos.
¡Qué vivan los pueblos organizados!